Chapter 7: Capítulo Siete: Hospitalización, Escape y Juicio
El rugido de las sirenas llenaba el aire húmedo de Staten Island cuando la ambulancia salió disparada hacia el Hospital Bellevue el 3 de noviembre de 1986. Donald Cragen, de 44 años y capitán de la unidad de homicidios del NYPD, iba en la parte trasera, aferrando la mano fría y ensangrentada de Gabriel Folstag mientras los paramédicos luchaban por mantenerlo con vida. El niño de 12 años yacía en la camilla, su cuerpo desnudo cubierto de heridas que parecían un lienzo de horror: cortes profundos y alargados en las piernas, moretones oscuros y tajos en el torso y la espalda, brazos destrozados, y una mandíbula inferior tan lacerada que el hueso blanco brillaba entre la carne abierta. Sus ojos grises, apagados y abiertos, miraban al vacío, y su respiración era un jadeo débil que apenas levantaba su pecho.
"¡Aguanta, Gabriel!" gritó Cragen, su voz quebrándose mientras un paramédico aplicaba presión a una herida en el muslo que sangraba sin parar. "¡Lo tenemos, capitán!" respondió el hombre, ajustando una vía intravenosa con manos temblorosas por la urgencia. "Está en shock—ha perdido demasiada sangre." Cragen no soltó su mano, el calor de sus dedos siendo lo único que lo conectaba a la realidad mientras la ambulancia llegaba al hospital a las 9:45 de la mañana. Los médicos aguardaban en la entrada, corriendo con la camilla hacia la sala de operaciones mientras Cragen los seguía, su abrigo gris empapado en sangre seca que no era suya.
A las 10:00, Gabriel entró en una cirugía mayor. Los cirujanos, liderados por el Dr. Samuel Torres, un veterano de trauma con manos firmes y ojos cansados, evaluaron el daño: más de 50 cortes profundos en todo el cuerpo, fracturas menores y mayores en las costillas por golpes brutales, y una mandíbula inferior destrozada que requería placas metálicas para reconstruirla. "Quince horas, como mínimo," dijo Torres a Cragen en el pasillo, quitándose la mascarilla por un momento. "Es un milagro que siga vivo—48 horas con estas heridas, y aún respira. Haremos análisis de su sangre para descubrir el misterio de porque resistió tanto." Cragen asintió, su rostro pálido bajo la luz fría del hospital. "¿Sobrevivirá?" Torres suspiró, limpiándose el sudor de la frente. "Haremos todo lo posible. Quédese cerca."
Cragen pasó el día en la sala de espera, el olor a desinfectante y café barato llenándole los pulmones mientras el reloj avanzaba con una lentitud agónica. Cada hora que pasaba, imaginaba a Gabriel en la mesa de operaciones, su pequeño cuerpo abierto bajo las luces blancas, los médicos luchando por cerrar heridas que parecían interminables. A las 07:00 am, tras 21 horas de cirugía, Torres salió con el uniforme salpicado de sangre y el rostro agotado. "Está vivo," dijo, su voz ronca pero firme. "Reconstruimos la mandíbula con placas, cerramos los cortes mayores, estabilizamos las fracturas. Pero está en cuidados intensivos—coma inducido por ahora. Hace una hora me entregaron los análisis, por el lado paterno tiene una genética que de casualidad trata sobre la recuperación, su cuerpo se recupera al menos tres veces más rápido que el hombre común. Sin eso, no habría durado. Despertará cuando el cuerpo lo permita, pero no sabemos cuándo." Cragen miró a través del vidrio a Gabriel, envuelto en vendas y conectado a máquinas que pitaban como un lamento constante, y sintió un alivio amargo que no llenaba el vacío en su pecho.
El 4 de noviembre, a las 8:00 de la mañana, Cragen regresó a la comisaría de Elizabeth, donde Evelyn Marsh permanecía bajo custodia tras su arresto el día anterior. La furia lo consumía como un fuego lento—Gabriel estaba vivo por un milagro, pero Agustín y Jazmín estaban muertos, y Evelyn era la mente detrás de cada corte, cada gota de sangre. Entró en la sala de interrogatorios con el expediente en la mano, su rostro endurecido por el cansancio y una rabia que apenas podía contener. Evelyn estaba allí, esposada a la mesa, su cabello oscuro desordenado cayendo sobre los hombros, pero su sonrisa de "rayo de sol" aún intacta, como si el mundo no se hubiera derrumbado a su alrededor.
"Lo encontramos," dijo Cragen, sentándose frente a ella y dejando el expediente sobre la mesa con un golpe seco que resonó en la sala. "Gabriel está vivo, pero apenas. Lo que le hiciste… cortes por todo el cuerpo, la mandíbula destrozada, desnudo como un animal. Agustín y Jazmín están muertos—los degollaste como si fueran nada. Todo está aquí," señaló el expediente, su voz temblando de furia contenida. "Empieza a orar, Evelyn, porque te van a dar la pena de muerte." Ella lo miró, la sonrisa desvaneciéndose por un instante antes de regresar como una máscara. "No sé de qué hablas," dijo en inglés, su voz suave y melodiosa. "Me alegra que el chico esté bien. Vi las noticias, los periódicos—qué cosa tan terrible. Pero yo no hice nada."
Pasó una semana, hasta el 11 de noviembre, mientras Cragen y su equipo reunían evidencias para el juicio: el ADN de Gabriel en la ropa de Evelyn, las fotos de los cuerpos de Agustín y Jazmín en Staten Island, los testimonios de St. Michael's, "La Guarida del Ángel" y el vagabundo Tommy Malone. Pero un problema surgió: la prisión preventiva de Evelyn no se había formalizado por completo. Un tecnicismo en la transferencia entre las jurisdicciones de Nueva Jersey y Nueva York dejó un hueco legal—su arresto inicial no había sido procesado con la orden adecuada, y la falta de una audiencia inmediata permitió que quedara en un limbo burocrático. A las 2:00 de la tarde, Cragen recibió una llamada frenética del teniente Hayes desde Elizabeth. "Se escapó," dijo, su voz tensa y llena de incredulidad. "Un guardia novato la dejó salir por error—pensó que habían aprobado su traslado a Rikers. Desapareció hace una hora."
Cragen sintió el mundo derrumbarse. "¡Maldición!" gritó, golpeando el escritorio antes de correr al hospital Bellevue, temiendo lo peor. Gabriel seguía en cuidados intensivos, su rostro cubierto de vendas que solo dejaban ver sus ojos cerrados bajo sedantes, su cuerpo conectado a monitores que pitaban débilmente. Un amigo de Cragen, el detective Eddie Muñoz del Hospital General de Brooklyn, estaba de guardia junto a su cama por pura casualidad, revisando notas de otro caso mientras charlaba con una enfermera. A las 3:30, Muñoz llamó a Cragen por radio, su voz baja pero urgente. "Capitán, está aquí," susurró. "Una mujer—cabello oscuro, piel morocha clara. Se hizo pasar por su madre, dijo que venía a verlo. Pero vi un cuchillo en su bolso cuando lo abrió para sacar un pañuelo. La detuve—está esposada en el pasillo."
Cragen llegó a las 3:45, el corazón latiéndole en los oídos mientras corría por los pasillos del hospital. Encontró a Evelyn Marsh esposada contra la pared, su rostro sereno pero los ojos brillando con una furia contenida que lo heló. Llevaba una chaqueta marrón y jeans, su cabello suelto cayendo sobre los hombros, y en sus manos esposadas sostenía un bolso que Muñoz había confiscado. Dentro, en una bolsa de evidencia, estaba el cuchillo: una hoja fina de cocina, idéntica a la que había usado en Augusto y los niños. "Iba por él otra vez," dijo Cragen, su voz temblando de rabia mientras la miraba a los ojos. "Intentaste matarlo en su cama." Evelyn lo miró, la sonrisa desvaneciéndose por completo. "Quería verlo," dijo, su voz baja y casi suplicante. "Es mi niño." Cragen la agarró del brazo con fuerza, entregándola a los uniformados que acababan de llegar. "Prisión preventiva, ahora," ordenó, su voz cortante como un látigo. "No sale de una celda hasta el juicio. Ciérrenla bien esta vez."
Muñoz le dio una palmada en el hombro. "Lo vi justo a tiempo, Don," dijo, sosteniendo el cuchillo en la bolsa. "Iba a cortarlo aquí mismo." Cragen asintió, mirando a través del vidrio a Gabriel, aún inconsciente. "Gracias, Eddie," murmuró, su voz rota. "No la pierdan de vista."
El 18 de noviembre, Gabriel despertó en cuidados intensivos, su conciencia regresando como un destello frágil tras dos semanas de coma inducido. Los médicos lo estabilizaron con sedantes leves, pero advirtieron a Cragen en el pasillo a las 9:00 de la mañana: "Es temporal," dijo el Dr. Torres, su rostro agotado. "Su cuerpo está al límite—puede recaer en cualquier momento. Su cuerpo cree que aún está en peligro por eso se está despertando, pero no sabemos cuánto durará esta ventana. Si va a hablar, tiene que ser ahora." Cragen miró a Gabriel a través del vidrio: vendas cubriendo su mandíbula y la mayor parte de su rostro, tubos saliendo de sus brazos, y un monitor marcando un pulso débil pero constante. "Necesita testificar," dijo, su voz grave. "El fiscal no esperará."
A las 10:00, Jack McCoy, el fiscal del distrito, llegó al hospital con un cuaderno y un marcador negro en la mano, su traje impecable contrastando con el caos del pasillo. "Necesitamos su testimonio hoy," dijo a Cragen, su voz inflexible pero cargada de urgencia. "Si recae, perdemos la oportunidad. Tiene que hablar del asesinato de su padre, sus hermanos, y la violación. Es la pieza clave contra Evelyn Marsh." Cragen frunció el ceño, mirando a Gabriel, que apenas había abierto los ojos, sus pupilas grises moviéndose lentamente bajo las luces. "Está débil," dijo. "Apenas puede moverse." McCoy asintió, pero no cedió. "Lo sé. Pero si no lo hace ahora, ella podría librarse. Llévalo al tribunal—lo haremos rápido."
A las 10:30, Cragen acompañó a Gabriel a una sala privada del hospital, ayudándolo a sentarse en una silla de ruedas. El niño estaba envuelto en batas y vendas, su rostro casi completamente cubierto salvo por los ojos y una pequeña abertura en la boca que dejaba ver los puntos de sutura en sus labios. Sus manos temblantes pero firmes tomaba el cuaderno y el marcador que McCoy le dio, su respiración era un silbido débil a través de las vendas. McCoy empezó con preguntas suaves para probarlo: "¿Reconoces a Evelyn Marsh como la mujer que mató a tu padre?" Gabriel escribió en letras grandes y nítidas: "SÍ." Sus ojos grises llenos de vacío, pero rojos, estaba conteniendo las lágrimas, aferrándose al marcador como si fuera un ancla. "¿La viste degollar a Agustín y Jazmín?" Otro "SÍ," y vieron como los músculos de su cuello aparecieron, una acción típica de no querer llorar.
McCoy asintió, mirando a Cragen. "Está listo," dijo. "Llevémoslo al tribunal ahora."
A las 11:00 de la mañana del 18 de noviembre, el juicio comenzó en la Corte Suprema de Nueva York, sala 302, un espacio amplio con paredes de madera oscura y bancos llenos de reporteros y curiosos. El juez Harold Weinberg, un hombre de 60 años con rostro severo y gafas de montura fina, presidía desde el estrado, su martillo golpeando tres veces para silenciar el murmullo de la sala. Evelyn Marsh estaba en el banquillo de los acusados, esposada y vestida con un uniforme gris de prisión, su cabello oscuro recogido en una coleta desordenada. Sus ojos oscuros brillaban con una calma inquietante, como si aún creyera que podía salir de esto. Frente a ella, la fiscalía, liderada por Jack McCoy, y la defensa, encabezada por Diane Adler, una abogada de rostro afilado y voz cortante, se preparaban para una batalla que todos sabían sería brutal.
Antes de entrar Cragen le pregunto a Gabriel, "¿estas listos Gabriel?" el niño lo vio cómo se ponía a la altura de sus ojos, él no tenía reacción solo miraba al frente y después de varios segundos asintió de forma visible, "preparate muchacho porque pondrán en duda todo lo que dirás, resiste y responde para que ella pague su condena" dijo Cragen poniendo una mano en el hombro de Gabriel que estaba vendado excepto su nariz y su cabello.
A las 11:15, Cragen llevó a Gabriel al estrado en su silla de ruedas, el chirrido de las ruedas resonando en el silencio tenso. El niño estaba envuelto en batas blancas y vendas que cubrían su mandíbula, dejando solo sus ojos grises visibles, fríos como el acero, pero llenos de un dolor que cortaba el aire. Sus manos sostenían el cuaderno y el marcador negro, su respiración un silbido débil que apenas se oía en la sala. Los presentes contuvieron el aliento al verlo—un chico roto, un sobreviviente que parecía más un espectro que un niño.
McCoy comenzó a las 11:20, de pie frente al estrado con un tono firme pero compasivo. "Gabriel," dijo, mirando al niño directamente a los ojos. "¿Puedes confirmar que Evelyn Marsh es la mujer que mató a tu padre, Augusto Folstag?" Gabriel escribió en el cuaderno con mano temblorosa: "SÍ." Las letras eran grandes y firmes, pero claras, y las levantó para que el jurado las viera. McCoy asintió, sacando una foto de la escena del crimen en "La Guarida del Ángel"—Augusto ensangrentado en la cocina—y la mostró al jurado antes de volver a Gabriel. "¿Estabas allí cuando ella lo apuñaló?" Otro "SÍ," escrito con más fuerza, seguido de un estremecimiento que hizo que el marcador resbalara un poco.
"¿puedes señalarla?" pregunto McCoy y débilmente Gabriel señalo a Evelyn al lado de su abogada.
A las 11:30, McCoy avanzó al asesinato de los hermanos. "¿Viste a Evelyn Marsh degollar a tu hermano Agustín y a tu hermana Jazmín?" Gabriel escribió "SÍ," y las lágrimas finalmente cayeron después de un día completo, mojando el papel mientras levantaba el cuaderno. McCoy señaló a Evelyn. "¿Es esa la mujer que lo hizo?" Gabriel escribió "SÍ," y esta vez un sollozo escapó de su garganta, un sonido roto que resonó en la sala e hizo que varios jurados apartaran la mirada.
A las 11:45, McCoy abordó la violación, su voz bajando para proteger lo poco que quedaba de la dignidad de Gabriel. "Gabriel, los análisis forenses muestran evidencia de abuso sexual—orgasmos femeninos en tu cuerpo, en tu entrepierna y boca. ¿Fue Evelyn Marsh quien te lo hizo?" Gabriel cerró los ojos por un momento, las lágrimas corriendo por debajo de las vendas, antes de escribir con mano temblorosa: "SÍ." Luego añadió, sin que se lo pidieran: "MAMÁ ME ENSEÑO SOBRE COMO NADIE DEBE TOCARME" El jurado murmuró, algunos cubriéndose la boca, mientras McCoy presentaba el informe forense al juez. "Sin más preguntas por ahora, Su Señoría," dijo, sentándose con un suspiro pesado.
A las 12:00, Diane Adler se levantó para el contrainterrogatorio, su rostro una máscara de profesionalismo frío mientras se acercaba al estrado. "Gabriel," empezó, su voz cortante pero medida. "¿Estás seguro de que viste a mi cliente, Evelyn Marsh, cometer estos actos? Habías perdido mucha sangre, estabas en shock. ¿No podrías estar confundido?" Gabriel escribió con tranquilidad y ojos apagados: "NO," levantando el cuaderno con tanta fuerza que casi lo arrancó. Adler no se inmutó. "¿No es posible que tu memoria esté afectada por el trauma? Dicen que estabas en un sótano oscuro—tal vez no viste bien." Otro "NO," escrito con letras más grandes, las lágrimas cayendo sobre el papel mientras temblaba en la silla.
A las 12:15, Adler cambió de táctica, buscando debilitarlo con preguntas fuera de lugar. "¿Tu padre, Augusto, alguna vez te castigó? ¿Te golpeó? ¿No podría alguien más en tu familia haber estado enojado con él?" Gabriel escribió "NO, SOMOS LO QUE QUEDAMOS DE MAMÁ, NO HARIA ESO" su mano temblando tanto que el marcador dejó un garabato en la esquina. Cragen se puso de pie desde el fondo. "¡Objeción, Su Señoría!" gritó. "Esto es irrelevante y cruel." El juez Weinberg golpeó el martillo. "Ha lugar. Manténgase en el caso, señora Adler."
A las 12:30, Adler presionó más, su voz endureciéndose. "¿No inventaste esto por atención, Gabriel? Un niño mayor, sin madre—tal vez querías que te vieran como víctima." Gabriel escribió "NO," y esta vez un sollozo escapó, pero comenzó a toser ensangrentando un poco la venda de la boca, quien el medico de Gabriel fue rápidamente a él. McCoy se levantó. "¡Objeción! ¡Esto es acoso a un menor traumatizado!" Weinberg golpeó el martillo otra vez. "Ha lugar. Señora Adler, modere sus preguntas o la declarare en desacato."
Al tener un breve receso, el médico le habló al juez de que aun podía seguir el juicio.
A las 12:45, Adler cambió al ataque final, forzándolo a revivir los detalles. "Si dices que mi cliente mató a tu padre y hermanos, descríbeme exactamente qué viste. Cada momento. ¿Estás seguro de que no lo imaginaste?" Gabriel cerró los ojos, las lágrimas corriendo por debajo de las vendas mientras tomaba el marcador con ambas manos. Empezó a escribir, las palabras saliendo en fragmentos mientras lloraba: "PAPÁ EN LA COCINA. SEXO. NO QUISO. ELLA LO APUÑALÓ. MUCHO. GRITÓ. FUÍ. ME PEGÓ." Hizo una pausa, el cuerpo temblando, antes de continuar: "AGUSTÍN Y JAZMÍN DELANTE MÍO. LES CORTÓ EL CUELLO. SANGRE POR TODOS LADOS. ME ATÓ. ME CORTÓ. ME TOCÓ." El cuaderno cayó al suelo mientras apretaba fuertemente los puños para hacer sonidos con su garganta, las palabras garabateadas en negro llenas de un dolor que llenó la sala como un grito silencioso.
A las 1:00, Adler intentó más. "¿No pudo ser otra persona? ¿Cómo sabes que fue ella si estabas tan herido?" Gabriel tomó el cuaderno del suelo con manos temblorosas y escribió: "LA VI. SU CARA. SUS MANOS. SU CUCHILLO." Luego añadió: "ME OBLIGÓ A MIRAR." Las lágrimas mojaron el papel, manchando la tinta mientras lo levantaba, y un silencio sepulcral cayó sobre la sala. Cragen corrió al estrado, sosteniéndolo por los hombros mientras el niño temblaba, al borde del colapso.
A las 1:15, Weinberg detuvo el contrainterrogatorio. "Suficiente," dijo, su voz firme pero cargada de empatía. "El testigo está claramente afectado. Retírese, señora Adler." McCoy se levantó para el redirector a las 1:20. "Gabriel," dijo suavemente, acercándose al estrado. "¿Estás absolutamente seguro de que Evelyn Marsh es la persona que mató a tu padre, tus hermanos, y te atacó a ti?" Gabriel escribió un último "SÍ," levantándolo con las pocas fuerzas que le quedaban antes de que el cuaderno resbalara de sus manos y su cuerpo se desplomara en la silla, exhausto.
"¡medico!" dijo el juez preocupado y rápidamente el niño fue atendido tanto por su médico como los paramédicos de la sala.
A las 1:30, rápidamente llevaron al niño sobre una camilla con dirección al hospital, el niño apenas consciente mientras lo devolvían a cuidados intensivos. McCoy presentó las evidencias finales: el ADN de Gabriel en la ropa de Evelyn, las fotos de los cuerpos de Agustín y Jazmín, los informes forenses de la violación—orgasmos femeninos confirmados en su entrepierna y boca—, y los testimonios de testigos. Adler intentó una defensa débil: "Mi cliente está mentalmente perturbada, no responsable de sus actos." Pero el peso de las pruebas era abrumador.
El juicio continuó hasta las 3:00 de la tarde con argumentos finales. McCoy habló con pasión: "Evelyn Marsh planeó esto durante un año. Manipuló a Augusto Folstag para acercarse a su hijo mayor, lo asesinó cuando la rechazó, degolló a sus hijos menores frente a Gabriel porque solo lo quería a él, y lo violó y torturó hasta casi matarlo. Este niño, con un cuerpo roto, nos dio la verdad. No hay excusa para esta monstruosidad." Adler contraatacó: "Mi cliente perdió a su hijo y su mente. No sabía lo que hacía." Pero sus palabras sonaron huecas frente al testimonio de Gabriel.
A las 3:30, el jurado se retiró a deliberar. Cragen esperó en el pasillo, fumando un cigarrillo que no calmaba sus nervios, mientras Evelyn permanecía en el banquillo, su rostro una máscara vacía. A las 6:00, el jurado regresó tras dos horas y media. Weinberg golpeó el martillo. "Señores del jurado, ¿tienen un veredicto?" El jurado, un hombre de mediana edad con gafas, se puso de pie. "Sí, Su Señoría. Encontramos a la acusada, Evelyn Marsh, culpable de todos los cargos: asesinato en primer grado de Augusto Folstag, Agustín Folstag y Jazmín Folstag; secuestro, intento de homicidio y violación de Gabriel Folstag."
La sala estalló en murmullos mientras Evelyn permanecía inmóvil, sus ojos fijos en el vacío. Weinberg golpeó el martillo nuevamente. "Silencio," ordenó. "Dada la gravedad de los crímenes, sentencio a Evelyn Marsh a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional." No hubo pena de muerte—las leyes de Nueva York en 1986 no lo permitían para este caso—, pero Cragen sabía que era lo más cerca que llegarían.
A las 6:30, Cragen regresó al hospital Bellevue, donde Gabriel había sido llevado tras el juicio. A las 7:00, el niño recayó en cuidados intensivos, su conciencia apagándose como una vela en el viento. Los médicos lo estabilizaron nuevamente, pero el Dr. Torres fue claro: "Dio todo lo que tenía. Esa ventana de conciencia era frágil—puede no volver por días, semanas, o más." Cragen se quedó a su lado, sentado junto a la cama, mirando los ojos grises ahora cerrados bajo las vendas. "Lo hiciste, pequeño," murmuró, su voz rota. "Ella no volverá a hacer daño."
Cragen salió al pasillo a las 8:00, hacia mucho que no sentía el peso del cigarrillo, las últimas semanas lo aplastaban. Gabriel había encontrado justicia para su padre y hermanos, pero a un costo que ningún niño debería pagar. Y mientras el humo subía hacia el techo, Cragen supo que este caso lo perseguiría por siempre.