Chapter 46: 46) Rosita: Cayendo 1
Rosita no lo pasó nada bien en los días siguientes. En la mansión, sentía todas las miradas sobre ella, acechantes, depredadoras, incluso después de que sus compañeras hubieran dejado de acosarla tras sus súplicas. Aun así, la sensación de que todos querían su cuerpo no desaparecía.
Pero lo peor de todo era que su propio cuerpo tampoco parecía ayudar. Se sentía constantemente cachonda, no demasiado, pero lo suficiente como para notar la diferencia cuando estaba fuera de allí. Y el efecto era particularmente intenso cuando su jefe estaba cerca.
Quería creer que era porque en esa mansión la actividad sexual nunca cesaba, con Ruiz follando en cada rincón. Sin quererlo, ese ambiente la afectaba, o al menos, eso pensaba ella. la verdadera razón era el incienso que las demás sirvientas lo encendían en todas las habitaciones donde ella pasaba tiempo.
Después de varios días, logró que su esposo le hiciera un espacio en su agenda para estar juntos. Fue una noche breve, pero suficiente para que regresara a la mansión con renovada confianza, segura de que nada allí podría tentarla.
Esa convicción se desmoronó en cuestión de horas.
Bastó con una taza de café y un beso... uno tan profundo y voraz que, cuando terminó, Rosita quedó aturdida, apoyada contra la pared, con la respiración entrecortada y los labios ardiendo. Atónita, observó cómo la misma sirvienta que la había besado entraba en la habitación de su jefe, lista para brindarle "servicios especiales".
Toda su seguridad se hizo trizas en un instante. Comprendió que en esa mansión había personas con habilidades mucho más allá de su control, y lo último que quería era tentar su suerte. A partir de entonces, se dedicó a mantenerse en un perfil bajo, intentando pasar desapercibida.
Intentó también organizar encuentros regulares con su esposo, noches de pasión que la ayudaran a resistir los efectos que la mansión tenía sobre su cuerpo. Pero no salió como esperaba.
...
En una de esas noches, Norman regresó borracho. No era la primera vez, y eso ya era preocupante, pero esta vez había algo distinto.
Había estado en otra fiesta, como parecía ser costumbre últimamente, y su ropa lo delataba. Rosita encontró marcas de lápiz labial en su camisa, junto con un perfume inconfundiblemente femenino.
Su pecho se encogió. No quería imaginar lo que eso significaba. No quería creerlo. Pero necesitaba respuestas.
Esa noche, hablar con Norman era imposible. Apenas podía mantenerse en pie, balbuceante y tambaleante por el alcohol. Así que Rosita tuvo que esperar hasta la mañana siguiente.
Y apenas pudo dormir. Cuando finalmente lo confrontó, él le respondió… pero su explicación no la convenció.
Norman: "¡Era una fiesta con los directivos de otra compañía! Bebimos mucho, no pasó nada… Quizás las cosas se pusieron un poco locas, pero te juro que no pasó nada. ¡Nunca te engañaría, Rosita!"
Norman hablaba con torpeza, frotándose las sienes con el ceño fruncido, claramente sufriendo una fuerte resaca. No había dulzura en su tono, ni paciencia. Más bien, fastidio.
Cada pregunta que hacía solo parecía irritarlo más, y con su dolor de cabeza, apenas podía mantenerse sentado sin desplomarse. Pero lo que más la inquietaba no era su actitud… sino lo que ella misma había descubierto la noche anterior.
Cuando ayudó a su esposo a acostarse, encontró algo en su bolsillo. Una tanga, cara y elegante, que definitivamente no era suya.
Y si eso no bastaba, había más marcas de lápiz labial. No solo en su ropa, sino también en su abdomen… y bajando.
Rosita no se atrevió a quitarle los pantalones para ver hasta dónde llegaban esas marcas. No porque no quisiera saber. Sino porque temía descubrir una verdad que la destrozaría.
La discusión no duró mucho. Rosita decidió ponerle fin. Optó por darle a su marido el beneficio de la duda.Le creyó… o al menos, quiso creerle.
Pero le hizo prometer que sería más cuidadoso. Le rogó, le suplicó y, finalmente, le ordenó que dejara de beber tanto y que evitara esas "fiestas locas". Quiso decirle que dejara de ir por completo. Que odiaba ver cómo cada vez regresaba más tarde, más borracho, más distante. Pero no pudo, porque eran reuniones organizadas por su jefe y Norman necesitaba quedar bien con él para consolidar su reciente ascenso.
Rosita no quería ser quien le pidiera elegir entre su carrera y ella. Así que, por el momento, solo le quedaba resignarse. Apretó los labios, fingiendo tranquilidad. Pero en el fondo… sentía que algo dentro de ella se estaba resquebrajando. Temía el momento en que terminara de romperse.
Rosita tuvo que ir a trabajar ese día sin haber dormido en toda la noche, con los pensamientos sobre su marido dando vueltas en su cabeza sin descanso. Todos notaron que no estaba bien; de hecho, apenas podía mantenerse en pie sin quedarse dormida y chocaba con todo lo que encontraba a su paso.
Esperaba un regaño por parte de sus superiores, pero para su sorpresa, ninguna sirvienta de su mismo rango ni de un nivel superior la trató mal. Al contrario, siempre que tenía algún problema, alguna de sus compañeras se encargaba de su trabajo y la enviaba a descansar. Se sintió cálida y agradecida por ese cuidado.
Después de la tercera vez que la mandaron a reposar—esta vez por orden directa de la mayordoma Garza—decidió hacerles caso y se dirigió a su habitación. Una de sus compañeras le dio unas pastillas para dormir, asegurándole que le garantizarían al menos cuatro horas de sueño profundo.
Acompañada por la misma sirvienta que le dio las pastillas, Rosita llegó a su habitación. Su compañera le sirvió un vaso de agua para tomarlas. No le gustaba depender de medicamentos para algo como dormir, pero hoy no dudó en hacerlo. Y sí que eran efectivas. Entre su cansancio y el efecto de la droga, sintió que iba a quedarse dormida al instante. Por suerte, su compañera la atrapó antes de que sus piernas cedieran y la ayudó a acostarse en la cama, arropándola con cuidado. Le dio un beso en la frente, un gesto innecesario, pero reconfortante.
Rosita sonrió débilmente mientras sus párpados se cerraban. Siempre era ella quien cuidaba de los demás—sus hijos, su marido borracho—pero ahora era ella quien recibía cuidados. A pesar de lo retorcida y depravada que era esta mansión y su gente, había algo reconfortante en estar aquí.
El sueño la envolvió por completo, pero la droga que le dieron era más compleja de lo que parecía. Su cuerpo quedó completamente relajado, casi inútil, pero su mente aún retenía un ligero atisbo de consciencia. Era una sustancia especial, modificada personalmente por Riuz con sus poderes y perfeccionada por sus científicas.
Cuando Rosita ya no podía moverse, la sirvienta hizo una llamada. Poco después, Riuz y otra sirvienta entraron en la habitación y comenzaron a desvestirse. La nueva sirvienta imitaba a la perfección la voz de Rosita. Entonces, sin contenerse, ambos comenzaron a follar salvajemente a escasos centímetros de la cerdita dormida. Mientras tanto, la sirvienta que le había dado las pastillas se inclinó sobre Rosita, susurrándole cosas al oído, y estimulando su clitoris con sus habiles dedos, para que tuviera un "lindo sueño".
...
Rosita había vuelto a su casa, una vez más con ropa sucia en su bolso para lavar. No podía creer que hubiese sucedido de nuevo… y mientras dormía.
Pasó toda la tarde y la noche sumida en sus pensamientos, recordando lo ocurrido con Norman y aquel extraño sueño reparador. Pero algo le inquietaba… sentía que se estaba perdiendo de un detalle importante, aunque no sabía exactamente qué.
Los días siguientes no fueron menos tensos. Norman seguía llegando tarde y borracho. Aunque las fiestas no eran diarias, todavía ocurrían dos o tres veces por semana. Y aunque no volvió a encontrar marcas de pintalabios, el persistente aroma de perfume femenino, mezclado con el hedor del alcohol, era una señal preocupante.
En cuanto a la mansión… bueno, las cosas seguían igual. Todos allí eran tan pervertidos como siempre, pero también sabía que eran buena gente. La trataban bien, casi como si fuera parte de una familia, y poco a poco, venir a trabajar ahí se estaba convirtiendo en una de las mejores partes de su día. Incluso dejó de molestarse por las nalgadas ocasionales de sus compañeras, llegando a tomarlas como un simple saludo. De hecho, empezó a creer que realmente lo eran… hasta que, por costumbre, terminó dándole una nalgada a una de sus compañeras sin querer. Las burlas que recibió después por la expresión de sorpresa que puso la hicieron ruborizarse durante días… y la vergüenza se volvió aún peor cuando descubrió que alguien había grabado la escena.
Así fue como todo desembocó en cierto día…
...
La mansión estaba inusualmente silenciosa. Demasiado silenciosa. Apenas quedaba gente en ella.
Rosita caminaba con prisa, llevando la ropa sucia hacia la lavandería. Tenía que apresurarse, pues en poco tiempo debía preparar el desayuno para su jefe. Hoy, por una razón u otra, la mayoría de las sirvientas estaban ausentes, lo que significaba que tenía muchísimo más trabajo que de costumbre.
Pero no era solo el cansancio lo que la inquietaba.
No había tenido acción con Norman en mucho tiempo, pues el "pequeño Norman" no había estado muy activo. Ella no sabía que durante esas fiestas, mientras Norman no estaba muy consciente, había otras mujeres muy profesionales que se encargaban dejarlo seco para cuando llegara a casa.
Además, desde hacía días sentía que el "ambiente" en la mansión se había vuelto más… intenso. Esa energía sexual extraña flotaba en el aire, haciéndola sentir incómoda, nerviosa… su respiración estaba acelerada y su mente divagaba. Claro que no sabía que todo se debía a aquellos inciensos y sustancias añadidas a la comida y bebida, que habían sido intensificadas en los últimos días.
Frotó sus piernas entre sí, incómoda. Su respiración estaba algo agitada, su mente dispersa. Algo no estaba bien.
Suspiró y se obligó a concentrarse. Tenía trabajo que hacer. Una vez dejó la ropa en la lavandería, se apresuró a buscar a su superiora del día, pues ni siquiera la mayordomo Garza estaba presente.
Rosita: "Ya puse la ropa a lavar" —informó, encontrándose con la jefa de sirvientas y otras dos compañeras que parecían estar alistándose para salir.
Jefa de sirvientas(JS): "Oh, Rosita, justo iba a buscarte. Yo y las chicas tenemos que salir."
Rosita: "¿Todas?" —preguntó preocupada. Esas tres eran las únicas sirvientas presentes hasta dentro de cuatro horas.
JS: "Sí. Cada una tiene una tarea fuera de la mansión. Deberíamos volver en unas tres o cinco horas."
Rosita: "Pero…" —dudó, con algo de temor— "Me quedaré sola y…"
jS: "Tranquila, estarás bien. Solo prepara el desayuno del amo y termina con la ropa. No tienes nada más que hacer a menos que él te pida algo en particular. Volveremos pronto" —le aseguró la jefa antes de marcharse.
Rosita se quedó sola. Quizás un poco inquieta ante la idea de estar completamente a cargo, pero era una mujer decidida y capaz. Se armó de valor y decidió seguir con su día.
Con paso firme, se dirigió al patio en busca de su jefe. Debía preguntarle qué quería para desayunar.
...
Al llegar al patio, Rosita se encontró con una imagen que la dejó momentáneamente sin palabras. Riuz estaba sentado en su silla, completamente desnudo, con una erección alarmante, casi morada.
Sus sentidos parecían estar en alerta, pues al escuchar los pasos tras de él, habló sin voltear siquiera:
Riuz: "Por fin vienes… Esta cosa me está matando. ¡Rápido! Necesito liberar esto o me va a explotar… o se me va a caer" —gruñó con irritación. Luego suspiró, relajando el tono—. "Esto me pasa por no tener acción en varios días. Si no hubiera estado tan ocupado con mis hijos… Bah, no importa. Solo ven aquí y trae esa linda boquita tuya. No puedo vivir sin ella."
Rosita parpadeó, sorprendida.
Rosita: "Amo Riuz… yo… solo venía a preguntarle por el desayuno."
Hubo un silencio tenso.
Riuz: "¡¿Rosita?!" —exclamó Riuz, girándose de golpe y cubriéndose con las manos, con una expresión entre sorpresa y vergüenza—. "Perdón… Pensé que eras una de las otras… No quería decirte eso."
Ella desvió la mirada, con un leve rubor en las mejillas, pero sin mayor reacción. No era la primera vez que lo veía así. Sin embargo, esta vez algo le preocupó. Su piel, el color… las pulsaciones eran demasiado marcadas. No se veía saludable.
Rosita: "Está bien, fue solo una confusión" —dijo con calma, aunque su mirada traicionaba cierta inquietud— "Pero… ¿quiere que llame a un médico o que lo lleve a un hospital?"
Riuz: "Esto… no, no hace falta. Es normal. Solo necesito que…" —Riuz dudó un instante—. "¿Puedes llamar a cualquiera de las otras sirvientas?"
Rosita: "No… no están." Respondió y bajó la cabeza sin saber por qué le molestó tanto que le pidiera llamar a 'cualquier' otra.
Riuz: "¿No están? ¿Y Kimberly?" —frunció el ceño.
Rosita: "Está resfriada… después de lo de anoche en la piscina, usted…" —Rosita se interrumpió al recordar con vergüenza lo que había presenciado.
Riuz: "¿Sasha?"
Rosita: "Está de vacaciones… después de que se lastimara el brazo al mastur…" —Se mordió la lengua y desvió la mirada.
Riuz: "¿Sofía? ¿Greta? ¿Haralil? ¿Alguien más?"
Rosita: Embarazada, jubilada, embarazada… y las demás o están fuera por algún encargo o en la convención de sirvientes y mayordomos que usted mismo sugirió hace un mes. Falta por lo menos cuatro horas para que llegue alguien más… a menos que quiera que llame a alguien.
Riuz se quedó en silencio, mirando al vacío. Luego bajó la vista hacia su propio problema y suspiró resignado.
Riuz: "Oh…" —murmuró. Tras unos segundos, se encogió de hombros—. "Está bien. Hoy toca soportar un poco de dolor. No quiero molestar a nadie con mis problemas, ya hacen bastante ayudándome con esto día a día. Puedo esperar unas horas."
Se estiró en la silla con gesto tenso.
Riuz: "Tráeme el desayuno. Lo que sea está bien, pero que la bebida sea dulce y la comida salada."
Rosita: "Ya mismo, amo" —respondió Rosita, tratando de mantener la compostura y evitar mirar… lo evidente.
Se retiró del patio con pasos algo torpes, sintiendo una incomodidad creciente en su propio cuerpo caliente. Algo estaba mal. Se sentía extrañamente inestable, cada vez más vulnerable. Trató de ignorarlo y enfocarse en su trabajo, pero la imagen de lo que acababa de ver seguía repitiéndose en su mente, junto con recuerdos de sus compañeras y la forma en que eran dominadas por esa vara ardiente.
Riuz, por su parte, se acomodó en su asiento y miró al frente, con una sonrisa maliciosa dibujándose en su rostro.
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