La Familia de Riuz(Omniverso)

Chapter 43: 43) Trabajando para un humano



Rosita se levantó temprano el lunes, más temprano de lo habitual, y esperó pacientemente a que llegara la niñera. Debido a que aún no había logrado coordinar sus horarios con sus compañeras de trabajo, aquel día tendría que cumplir con el turno más matutino. Solo después de organizarse podría realizar algunos ajustes en su rutina.

La niñera había visitado la casa el día anterior para conocer a los niños y que ellos también pudieran familiarizarse con ella. Era una oveja que, a ojos de Rosita, irradiaba amabilidad y profesionalismo. El hecho de que no mostrara ni la más mínima preocupación o incomodidad ante la cantidad de niños que debía cuidar fue un gran alivio. Aunque la idea de dejar a sus hijos con una desconocida no era del todo agradable, la actitud confiable de la mujer le daba la seguridad de que estaba tomando una decisión correcta.

Tras esperar unos minutos más, el timbre sonó, y al mirar el reloj, Rosita notó que había llegado prácticamente sincronizado con la hora acordada. Esa puntualidad incrementó aún más la buena impresión que ya tenía de la niñera.

Después de intercambiar algunas palabras y repetir varios recordatorios sobre la casa y los niños —muchos de los cuales ya había mencionado el día anterior—, Rosita, visiblemente nerviosa, se preparó para partir. Le costaba separarse de sus pequeños, pero al final, la niñera misma la despidió con una sonrisa tranquila, alentándola a irse.

Subió a su coche y comenzó a conducir, sintiéndose tan emocionada como ansiosa. El trayecto, aunque no muy largo, le pareció eterno. Sin embargo, a medida que las imponentes mansiones de aquella exclusiva zona de la ciudad empezaron a aparecer ante sus ojos, su ansiedad se disipó poco a poco. Antes de que se diera cuenta, ya estaba entrando por la gran reja que delimitaba los terrenos de Zooblack dentro de la ciudad. Esta vez, como parte del personal, tuvo acceso al estacionamiento interno, donde dejó su auto.

Rosita caminó hacia la entrada de la mansión y fue recibida por una sirvienta, una gacela, quien la acompañó a su habitación. Aunque la vez anterior ya le habían indicado dónde estaba, agradeció el gesto, ya que el enorme tamaño de la mansión podría hacer que se perdiera, y no quería sufrir tal vergüenza en su primer día de trabajo.

La habitación destinada para ella, junto con las demás sirvientas de su nivel, era bastante pequeña. Contaba con una cama individual, algunos muebles básicos y un espejo de cuerpo entero. Había poco espacio para moverse, pero resultaba suficiente para alguien que no tenía intención de quedarse allí mucho tiempo.

Le habían informado que su uniforme estaría listo en su habitación. Al abrir el armario alto, se sorprendió al encontrar no uno o dos juegos, sino casi una decena de uniformes. La mayoría eran similares, aunque algunos presentaban ligeras variaciones. La sirvienta que la había acompañado se tomó el tiempo de explicarle las diferencias, mencionando que cada uno era adecuado para distintas ocasiones o tareas dentro de la mansión.

La gacela, que parecía decidida a ser lo más servicial posible, se quedó para ayudarla a vestirse, justificando que "la primera vez puede ser complicado hacerlo sola". Rosita quiso rechazar la ayuda, pero ante la firme insistencia de su compañera, no tuvo más remedio que aceptarla.

Sacó uno de los trajes y, al observarlo de cerca, notó que dejaba demasiada piel al descubierto en ciertos lugares, lo que le provocó un nudo en la garganta. Tragó saliva con fuerza, pero renovó su determinación y comenzó a cambiarse, tratando de no dejarse intimidar por la mirada tranquila pero atenta de la gacela.

Aunque solo hubiera mujeres presentes, Rosita no pudo evitar sentirse cohibida al desvestirse frente a otra persona, especialmente frente a la gacela, cuya mirada indiferente la hacía sentir aún más expuesta. Sin embargo, lo que realmente la tomó por sorpresa fue cuando, justo al momento de vestirse, su compañera se acercó y, con un movimiento veloz, le bajó la ropa interior, quitándosela antes de que pudiera reaccionar o resistirse.

Gacela: "El traje de sirvienta viene con su propio conjunto de ropa interior a juego" —explicó con tono neutro, mientras abría uno de los cajones y sacaba la prenda, tal como había dicho.

Sentada en el suelo y cubriendo sus partes con ambas manos, Rosita estaba demasiado avergonzada para decir algo. Su rostro se encendió como una llama, pero no tuvo mucho tiempo para permanecer en su estado de rubor y timidez, ya que la gacela, aparentemente impaciente, la levantó con sorprendente facilidad y comenzó a vestirla.

A pesar de las protestas de Rosita, la gacela trabajaba con una habilidad impecable, moviendo las piezas del uniforme como si estuviera acostumbrada a manejar cuerpos resistentes. Para Rosita, aquello fue un momento catártico: esta escena era un reflejo de lo que vivía todas las mañanas cuando intentaba vestir a sus hijos, aunque ahora era ella quien se resistía mientras la vestían como si fuera una muñeca.

El uniforme fue colocándose en su cuerpo casi sin que ella pudiera intervenir, ajustado con precisión en cada cinta, broche y hebilla. En cuestión de minutos —y solo porque Rosita había opuesto algo de resistencia—, estaba completamente vestida. Al mirarse en el espejo, se sorprendió de lo rápido y eficientemente que su compañera había logrado ponerle el traje, una habilidad que incluso superaba la velocidad con la que ella vestía a sus hijos. Aunque respetaba la destreza de la gacela, sentía que las manos habían recorrido un poco más su cuerpo de lo necesario.

Rosita se observó detenidamente en el espejo y volvió a sentirse incómoda. Intentó bajar un poco la corta falda del uniforme, pero no había mucho margen. El traje dejaba al descubierto gran parte de sus piernas, brazos e incluso un escote más pronunciado de lo que estaba acostumbrada. Solo pudo suspirar resignada.

Rosita: "Gracias" —murmuró finalmente.

Gacela: "Es mi deber" —respondió la gacela, inclinando ligeramente la cabeza— "Deberías apresurarte al salón principal; allí se les dará una breve introducción a todas las nuevas sirvientas."

Rosita asintió, aún intentando ignorar lo revelador del uniforme. Justo cuando se disponía a salir de la habitación, sintió una inesperada nalgada que la hizo saltar. La gacela se acercó a su oído, y con un tono mucho más cálido y "emotivo" que el mostrado hasta ahora, le susurró:

Gacela: "Suerte."

Rosita se quedó congelada por un momento, viendo cómo su compañera se alejaba con su misma actitud indiferente. Llevó una mano a su trasero para frotar suavemente la zona golpeada, pero decidió dejar pasar lo ocurrido, ya que no quería llegar tarde a la orientación.

No fue la primera en llegar al salón, pero tampoco la última. Se unió al grupo de nuevas sirvientas que esperaban frente a la garza mayordomo, quien consultaba su reloj de bolsillo con aire solemne. Cuando el reloj marcó la hora exacta, la garza lo guardó en su chaqueta y comenzó a hablar con una voz clara y autoritaria, ofreciendo un breve resumen de las normas y responsabilidades.

Tras la charla introductoria, inició un recorrido por la mansión. A medida que avanzaban, la garza iba asignando tareas a cada una de las sirvientas, enviándolas a diferentes habitaciones. Y así, sin darse cuenta, comenzó oficialmente el primer día de trabajo de Rosita.

...

Por la tarde, Rosita volvió a su casa exhausta. No porque el trabajo fuera demasiado para ella, sino porque había estado tan tensa tratando de hacerlo bien que, una vez se relajó, su cuerpo se sintió pesado. Mientras conducía hacia su hogar, no podía evitar pensar que, a pesar de lo revelador que era el uniforme, resultaba sorprendentemente cómodo. La calidad del traje era excepcional, al punto de que la ropa que llevaba ahora le parecía menos agradable.

Al llegar a casa, encontró a la niñera jugando con sus hijos. Sintió una punzada de tristeza por no haber estado ahí con ellos, pero también alivio al verlos tan felices. Apenas la vieron entrar, los niños corrieron hacia ella como una estampida, abrazándola con fuerza.

Aunque cansada, Rosita los recibió con cariño, disfrutando cada momento a su lado. Luego de despedir a la niñera, dedicó el resto del día a compensar su breve ausencia. Más tarde, su esposo llegó a casa, no tan tarde como en otras ocasiones, y se tomó un momento para preguntar cómo le había ido en su primer día de trabajo.

Al acostarse, Rosita no pudo evitar pensar que, a pesar de todo, había sido un buen día.

...

Fuera de la mansión, junto a la piscina, un hombre estaba recostado sobre un asiento reclinable, con gafas de sol, como si tomara el sol pese a estar a la sombra. Al percatarse de la presencia de su nueva sirvienta, que sostenía una bandeja con su desayuno, giró ligeramente la cabeza para mirarla.

Riuz: "Vaya, Rosita, ese traje te queda muy bien. No esperaba que tuvieras tan buenas piernas" —comentó el humano, dejando que su mirada recorriera descaradamente las piernas de la cerdita, aunque su expresión seguía siendo neutral, sin ninguna señal de burla o incomodidad.

Rosita: "G-gracias... buenos días, señor" —respondió, algo incómoda, pero sin atreverse a replicar de forma brusca ante un comentario que, aunque invasivo, no cruzaba del todo la línea.

Riuz: "Tranquila, Rosita. Aún recuerdo que me pediste que no me pase contigo, ¿verdad?" —rió suavemente mientras tomaba su vaso de leche con chocolate a través de una pajita circular, acompañado de tostadas con queso, cuidadosamente talladas en formas de animales.

Rosita: "Sí..." —murmuró con cierto alivio, reconociendo al mismo hombre bromista pero respetuoso que había conocido en la entrevista.

Riuz: "Hmmm... no está mal. Por eso me gusta contratar madres, cocinan como nadie más" —dijo, asintiendo con satisfacción mientras degustaba el desayuno.

Rosita no pudo evitar sentirse sorprendida de que un hombre como Riuz, alguien tan influyente y peculiar, eligiera un desayuno tan sencillo e infantil. Mientras lo preparaba, había sentido que estaba cocinando para sus hijos, y eso la motivó a esforzarse aún más para que fuera del agrado de su jefe.

Riuz: "¿Cómo se llama el afortunado?" —preguntó mientras tomaba un sorbo de su leche.

Rosita: "¿Qué?" —respondió confundida.

Riuz: "Tu marido. Quiero saber el nombre del hombre que tuvo la suerte de encontrar a una mujer tan hermosa antes que yo. Muy afortunado, sin duda."

Rosita: "Norman" —respondió, sonrojándose visiblemente.

Riuz: "Un bastardo con suerte..." —murmuró, aunque lo suficientemente alto como para que ella lo escuchara—. "Seguro que con esas piernas lo tienes lamiéndote los pies."

Rosita: "¡No! No, claro que no. No es así como..." —balbuceó nerviosa, cada vez más sonrojada.

Riuz: "Tranquila. Tienes que acostumbrarte a mi sentido del humor o tu cara terminará como un tomate. Pero no te preocupes, no te voy a retener más. Aunque mi desayuno sea infantil puedo comer solo. De hecho, no esperaba que lo hicieras tan bien. Puedes retirarte por ahora; si te necesito, te haré llamar."

Después de ser despedida, Rosita continuó con sus tareas, algo tensa, sin saber si había hecho algo mal frente a su jefe. Sin embargo, no podía negar que, en el poco tiempo que llevaba trabajando allí, el trabajo era mucho más cómodo de lo que había esperado. Las exigencias eran razonables, todos eran amables aunque serios durante las horas de trabajo, y, aunque Riuz era algo excéntrico, no parecía ser una mala persona.

...

Con el paso del tiempo, Rosita, que al principio estaba encantada con su trabajo, comenzó a descubrir los aspectos más incómodos de su empleo. Fue en su tercera semana cuando enfrentó uno de los mayores shocks: encontrarse a su jefe en pleno acto sexual con alguna de las otras sirvientas o con mujeres desconocidas en distintas habitaciones de la mansión. Aunque la habían advertido de esto durante la entrevista, vivirlo en carne propia fue completamente diferente.

La primera vez que ocurrió, Rosita pasó el resto de su turno en un estado de constante sonrojo, incapaz de quitarse de la cabeza lo que había presenciado. Cada vez que se cruzaba con su jefe ese día, se disculpaba de manera casi obsesiva, aunque él lo tomaba con naturalidad, incluso con una sonrisa burlona. Para Rosita, aquello era completamente ajeno a su vida y sus valores: ni siquiera con su esposo llegaba a ser tan desinhibida, al punto de que ni siquiera con su marido practicaba el acto con las luces encendidas.

Lo peor fue que esa misma semana, el incidente se repitió dos veces más, en habitaciones diferentes. Rosita empezó a notar que esos encuentros parecían cada vez más frecuentes. Desde entonces, la regla de tocar la puerta antes de entrar se volvió inquebrantable para ella. Sin embargo, incluso respetando esa precaución, los sonidos que se filtraban a través de las puertas —jadeos, gemidos y otros ruidos inconfundibles— revelaban exactamente lo que sucedía al otro lado.

Rosita no podía comprender cómo alguien podía ser tan... activo en esa área. Llegó a encontrar a su jefe en situaciones similares hasta cinco veces diferentes el mismo día, y para su sorpresa, reconoció a algunas de las sirvientas recién contratadas saliendo medio vestidas de esas mismas habitaciones. Algunas de ellas apenas podían caminar, apoyándose en las paredes con respiraciones agitadas, mientras otras jadeaban tan fuerte que su eco resonaba por los pasillos. El olor que desprendían estas mujeres al salir —un aroma inconfundible a sexo— hacía que Rosita se sintiera aún más incómoda. Pero lo más perturbador era que todas ellas parecían estar en un estado de felicidad eufórica, con sonrisas tan amplias que daban la impresión de estar drogadas.

Aunque las advertencias iniciales deberían haberle dado una idea de lo que podría esperar, jamás imaginó que la mansión pudiera ser tan… ¿erótica Llegó a preguntarse si la razón por la que la mansión necesitaba tantas sirvientas y se limpiaba con tanta frecuencia estaba directamente relacionada con los incesantes encuentros sexuales que parecían ocurrir en cada rincón de la casa.

 Era un pensamiento incómodo, y aunque el trabajo en general seguía siendo manejable, las situaciones inesperadas y los restos físicos de esos encuentros —que a veces tenía que limpiar del suelo, paredes e incluso el techo— la hacían replantearse su paciencia.

Sin embargo, el recuerdo del contrato y las razones por las que estaba allí le daban fuerzas para seguir adelante. Con el tiempo, Rosita se fue insensibilizando un poco; aunque seguía sonrojándose, aprendió a detectar señales de que no debía entrar a ciertas habitaciones o a evitar ciertos horarios para reducir la probabilidad de encontrarse en esas situaciones.

Sin embargo, lo que más le incomodaba, y lo que hacía todo aún más difícil, eran los momentos de descanso con las otras sirvientas. Durante esos momentos, lejos del profesionalismo con el que trabajaban, muchas de ellas compartían detalles explícitos sobre sus encuentros con el jefe. Narraban, con entusiasmo y una admiración casi exagerada, cómo él les hacía experimentar lo que describían como el mayor éxtasis de sus vidas. Para Rosita, esos relatos eran un suplicio, algo que trataba de ignorar ocupándose de más tareas o retirándose lo antes posible. Sin embargo, no siempre podía escapar, y esas conversaciones se convirtieron en uno de los mayores retos de su día a día en la mansión.

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Ya subí el primer cap en "El señor del Elden Ring", no tiene mucho y es casi una presentación... pero allí está.


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