En el hobbit como un enano

Chapter 7: Capítulo 7: Los Enanos de Landas de Etten - Parte Cuatro



El sol del atardecer teñía las Landas de Etten de un naranja ardiente, un resplandor que se desvanecía en el horizonte y proyectaba sombras largas y oscuras sobre las colinas desnudas y los árboles secos que se alzaban como esqueletos retorcidos en una tierra agotada por siglos de desolación. Tygran estaba de pie en el borde de su campamento nómada, su hacha clavada en el suelo con un golpe seco que resonó en el silencio, el filo aún manchado de sangre negra seca que se desprendía en escamas al rozar la grava polvorienta. La cabra, su montura inseparable desde que sus ojos se abrieron en este mundo roto, permanecía a su lado, sus pezuñas firmes en la tierra mientras masticaban hierba seca con una calma engañosa que escondía la ferocidad que desataban juntos en batalla. Su cornamenta, salpicada de icor verde reseco, brillaba bajo la luz menguante como un trofeo de las contiendas que habían forjado su vínculo letal, y sus ojos oscuros lo miraban con una mezcla de paciencia y hambre de lucha, como si supiera que el respiro del mediodía era solo un preludio a más sangre, más guerra. Alrededor de Tygran, doscientos cincuenta y ocho enanos llenaban el claro con una actividad silenciosa pero letal, sus figuras robustas moviéndose con una precisión que hablaba de un instinto marcial afilado por generaciones: ciento dieciocho guardianes, sus barbas amarillas trenzadas oscurecidas por el polvo, sus armaduras rojizas reluciendo con un brillo curtido bajo el sol poniente; ciento siete lanzadores de hachas, sus barbas blancas largas y espesas marcadas por la guerra, sus movimientos precisos al afilar sus armas con piedras desgastadas; y ochenta y dos falanges, sus vestimentas verdes brillando bajo cascos que protegían sienes y cabeza, sus enormes barbas castañas oscuras ondeando al viento como estandartes de un orden implacable, lanzas largas y escudos octogonales rojizos aferrados con manos firmes. Eran un ejército nómada invocado por su habilidad Convocar Aliados Enanos - Nivel 3, una fuerza sin civiles ni artesanos, solo guerreros forjados para la guerra, un eco vivo de la furia enana que Tygran había despertado en este páramo helado. La interfaz brillaba en su mente con una claridad fría: Nivel 4, Energía: 11/20, Recuperación: 3/20, y una experiencia de 6350 puntos, con 350 sobrantes tras alcanzar el nivel 4, a 1650 del nivel 5 que requería 8000.

"Nos hacemos más fuertes," murmuró Tygran, limpiando el filo de su hacha con un trapo áspero arrancado de un trasgo muerto días atrás, el metal resonando con un sonido seco y metálico mientras eliminaba los restos de sangre negra que aún se adherían como una segunda piel, un recordatorio visceral de las vidas que había segado con sus propias manos. La fortaleza trasgo al sur seguía siendo un coloso inalcanzable, un bastión de cuevas oscuras que se alzaban como fauces hambrientas en el horizonte, fisuras humeantes que exhalaban un olor sulfúrico que picaba la nariz y ardía en los pulmones, y gigantes de la montaña que vigilaban desde las alturas con pasos que hacían temblar la tierra como tambores lejanos que anunciaban tormenta. Cada patrulla que destruía lo acercaba un paso más a su meta, un arañazo en la superficie de un enemigo que crecía en furia y número con cada golpe recibido, como si su resistencia alimentara la voluntad de las hordas trasgas de aplastarlo bajo su peso. Su campamento había evolucionado desde aquel amanecer tras la masacre inicial, cuando solo tenía catorce guardianes a su lado, exhaustos pero firmes bajo un cielo gris que parecía presagiar su fin, hasta esta fuerza de 258 enanos: 118 guardianes, sus escudos altos como murallas vivientes que desafiaban al enemigo con una solidez que resonaba en el suelo; 107 lanzadores de hachas, sus armas girando en sus manos como extensiones naturales de su voluntad asesina, cortando el aire con cada movimiento; y 82 falanges, sus lanzas largas y escudos octogonales un símbolo de orden en medio del caos, sus pasos resonando con una disciplina que parecía tallada en la roca misma de las montañas perdidas. Era un ejército que vibraba con el eco de la guerra en cada paso que daban sobre la tierra reseca, un latido constante que Tygran sentía en su propia sangre, amplificado por el aura pasiva de Liderazgo - Nivel 1, que fortalecía a sus enanos con un aumento constante en ataque, armadura, recuperación, valor y obtención de experiencia, una fuerza que no se apagaba ni en el silencio del descanso ni en la quietud de la noche.

La cabra pateó la tierra con una pezuña, golpeándolo en la pierna con sus cuernos curvos, un gesto tan familiar como el peso de su hacha en sus manos, y Tygran rió, una risa ronca que rompió el silencio del atardecer mientras le devolvía un cabezazo suave, sintiendo el calor áspero de su frente contra la suya, un ritual que sellaba su vínculo como jinete y montura en este campo de batalla interminable. "Listos para más, ¿eh?" dijo, su voz grave cortando el aire caliente mientras alzaba su hacha al cielo con un movimiento firme que hizo relucir el filo bajo los últimos rayos del sol como un destello de desafío contra la luz que se desvanecía en el horizonte. "¡Khazâd ai-mênu!" gritó, su voz resonando como un trueno que despertaba la tierra dormida, un llamado que parecía arrancado de las entrañas mismas de las montañas que alguna vez había imaginado en las noches frente a su pantalla, jugando sin descanso un juego que ahora vivía en carne y hueso, aunque él aún no lo supiera con certeza.

La niebla espesa llenó el claro como un velo gris que borraba el mundo a su alrededor, un cuerno de guerra retumbó desde la nada, profundo y resonante, un sonido que vibraba en los huesos de Tygran y hacía temblar la tierra bajo sus botas con una fuerza que parecía surgir de las profundidades olvidadas. Treinta guardianes emergieron de la bruma, sus barbas amarillas brillando como oro bajo el sol poniente, sus armaduras rojizas reluciendo con un brillo que hablaba de batallas aún no libradas, un eco de resistencia que se alzaba en sus hombros anchos como una promesa tallada en piedra. "¿Quién ha pedido a los guardianes?" rugieron al unísono, sus voces graves resonando como si la piedra misma hablara a través de ellos, sus cuerpos robustos y de su misma altura reflejando el entrenamiento formal que los convertía en la élite de los enanos, una fuerza forjada para proteger y destruir con una ferocidad que cortaba el aire como un filo afilado. Segundos después, treinta lanzadores de hachas aparecieron, sus barbas blancas largas y espesas cayendo hasta sus cintos como cascadas de nieve marcadas por la guerra, sus armaduras rojizas y blancas llevando las cicatrices invisibles de combates pasados que parecían grabadas en su acero como un testimonio silencioso. "¡Sentirán el miedo al ver nuestras barbas!" gritaron, alzando sus hachas con una ferocidad que silbaba en el aire como un relámpago, sus movimientos sincronizados con una precisión que hablaba de un instinto afilado por la sangre y el fuego. Luego, treinta falanges surgieron, sus vestimentas verdes reluciendo bajo cascos que protegían sienes y cabeza, sus enormes barbas castañas oscuras ondeando como estandartes de un orden marcial que no admitía fisuras, lanzas largas y escudos octogonales rojizos aferrados con manos firmes que parecían talladas en roca viva. "¡La falange traerá el orden!" rugieron, sus voces profundas resonando con una autoridad que completaba el trío de élite, un eco de disciplina que cortaba el silencio del atardecer como un filo recién forjado bajo el martillo de un herrero maestro.

Tygran sonrió, una mueca feroz que mostraba los dientes mientras contaba los nuevos noventa enanos que se sumaban a su fuerza, llevando su ejército a un total de trescientos cuarenta y ocho: ciento cuarenta y ocho guardianes, cuya presencia era como un muro de acero viviente que desafiaba al enemigo con una solidez que parecía tallada en las entrañas de la tierra; ciento treinta y siete lanzadores de hachas, sus armas girando con una precisión mortal que cortaba el aire como un susurro letal; y ciento doce falanges, sus lanzas largas y escudos octogonales un baluarte de orden que resonaba con cada paso que daban, sus movimientos amplificados por el aura de Liderazgo - Nivel 1 que fluía desde Tygran como una corriente invisible, fortaleciéndolos en cada instante. "Más cerca cada vez," dijo, su voz firme y grave mientras los enanos inclinaban la cabeza en un gesto de lealtad silenciosa que pesaba como una armadura invisible sobre sus hombros, uniéndose al campamento con pasos que resonaban como un tambor de guerra que anunciaba su presencia a las colinas silenciosas, un desafío que el viento llevaba hacia el sur, hacia la fortaleza trasgo que aún se alzaba como un coloso inalcanzable en su mente, un objetivo que sentía cada vez más cerca con cada invocación que llenaba sus filas.

El campamento bullía con una actividad nómada que parecía un ritual antiguo, un ciclo de preparación que había arraigado en los enanos como una segunda naturaleza bajo la guía incansable de Tygran: los guardianes cortaban madera de los árboles secos que salpicaban las colinas, sus hachas resonando contra la corteza con un ritmo constante que llenaba el aire de sonidos secos y cortantes, cada golpe un eco de la fuerza que Liderazgo - Nivel 1 había despertado en ellos, un vigor que parecía fluir desde Tygran como una corriente invisible que no se apagaba ni en el silencio del crepúsculo. Los lanzadores cazaban presas en las laderas cercanas, sus hachas arrojadizas silbando como flechas vivas antes de clavarse en conejos y jabalíes con una precisión letal que dejaba poco espacio para el error, sus movimientos más rápidos, más seguros, gracias al aura que los envolvía y los hacía más eficientes con cada cacería. Los falanges, con sus lanzas apoyadas contra las rocas como estacas de un orden marcial que no admitía caos, ayudaban a curtir pieles, sus manos fuertes rasgando y cosiendo cuero con una eficiencia que había crecido desde que Tygran los había invocado, sus barbas castañas oscuras ondeando al viento mientras trabajaban en mochilas rudimentarias que crujían bajo el peso de la carne seca y las herramientas básicas, un proceso que se había vuelto más rápido y sólido bajo el efecto constante del liderazgo que Tygran proyectaba sin esfuerzo.

Tygran se movía entre ellos montado en la cabra, su armadura resonando con cada paso de su montura mientras ajustaba una cuerda aquí, mostraba cómo apilar madera allá, enseñándoles a mantener el campamento ligero y funcional para la vida nómada que había impuesto como un mandato irrevocable desde el primer día. La cabra, su montura y arma viva, pateaba la tierra y golpeaba con sus cuernos a cualquier guardián, lanzador o falange que se acercara demasiado al espacio que reclamaba como suyo junto a Tygran, sus balidos de advertencia arrancando risas profundas o gruñidos de respeto entre los enanos, quienes habían aprendido a no subestimar la furia de la bestia que Tygran cabalgaba como una extensión de sí mismo. Algunos le devolvían cabezazos suaves desde la distancia, un ritual que ella aceptaba con un aire de satisfacción regia que hacía sonreír a Tygran bajo el peso de su armadura, un gesto que aligeraba la carga de liderar a cientos en un mundo donde la muerte acechaba en cada sombra, un mundo que parecía conectado a algo más grande, algo que Tygran no podía nombrar pero que sentía en cada invocación, como si las reglas de un juego antiguo se desplegaran ante él sin que aún las reconociera del todo. "Tú y yo, somos el filo de esto," murmuró, rascándole detrás de las orejas mientras ella masticaba un tallo seco, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de diversión y desafío que lo reconfortaba en medio del cansancio que lo envolvía como una segunda piel, un cansancio que no podía permitirse sentir mientras el horizonte seguía dominado por la fortaleza trasgo y las hordas que emergían de ella.

Pero esa fortaleza, con sus cuevas oscuras y gigantes vigilantes, seguía siendo un coloso inalcanzable, un desafío que se alzaba como una montaña de piedra y odio en el sur, sus fisuras humeantes un recordatorio constante de lo que aún debía conquistar, un objetivo que parecía crecer en dificultad con cada día que pasaba. Las patrullas trasgas aumentaban en número y ferocidad, como si cada victoria que Tygran arrancaba de sus garras alimentara su furia y los empujara a enviar más fuerzas, más acero, más bestias contra su campamento nómada, una venganza que se multiplicaba con cada cuerpo que dejaba atrás en la tierra ensangrentada. "Necesitamos más experiencia," dijo Tygran, pateando una piedra que rodó colina abajo con un sonido seco que se perdió en el viento, su mente calculando los puntos que lo separaban del nivel 5 mientras revisaba la interfaz con una claridad fría que cortaba a través de su agotamiento, una claridad que le decía que cada batalla lo acercaba más, pero también que el enemigo no descansaría hasta verlo aplastado. La batalla del amanecer había sido brutal, empujando los límites de su ejército, pero las hordas trasgas no cedían, y él sabía que debía seguir cazando, invocando, fortaleciendo su fuerza para enfrentar lo que venía, un enemigo que crecía como una plaga que no conocía el reposo ni la derrota.

El sol estaba bajo, sus últimos rayos tiñendo el cielo de un rojo profundo, cuando un chillido agudo resonó desde el sur, un sonido que cortó el aire como un filo helado y afilado, seguido por el retumbar de pasos pesados que hacían temblar la tierra con una fuerza que parecía surgir de las profundidades mismas, acompañado por el zumbido de flechas que vibraban en el aire como un enjambre de muerte que se acercaba con una rapidez implacable. Tygran, montado en la cabra, alzó su escudo con un movimiento rápido, el metal resonando al ajustarlo en su brazo, y los enanos se detuvieron al instante, sus armas brillando bajo la luz del atardecer como un río de acero que cortaba el paisaje árido, sus movimientos amplificados por el aura de Liderazgo - Nivel 1 que los envolvía como un manto invisible, fortaleciendo cada fibra de su ser. "¡Ifridi yanâd!" gritó, su voz grave resonando como un trueno que hizo temblar la tierra, y los guardianes formaron un muro de escudos al frente, sus cuerpos robustos alineándose con una precisión marcial mientras los lanzadores tomaban posiciones en las crestas, sus hachas girando en manos expertas, y las falanges se agrupaban a su lado, sus lanzas largas apuntando al cielo, sus escudos octogonales rojizos brillando como un baluarte de orden en el caos que se avecinaba con cada paso atronador que se acercaba desde el sur.

Una patrulla trasgo emergió desde las colinas del sur, una horda que duplicaba en número a cualquier otra que Tygran hubiera enfrentado antes, una fuerza que parecía vomitar desde las entrañas mismas de la fortaleza con una furia desatada que llenaba el aire con un hedor acre y una promesa de muerte: doscientos ochenta guerreros trasgos con cuchillas curvas oxidadas, sus cuerpos huesudos temblando de furia contenida como si la rabia los sostuviera en pie; doscientos ochenta arqueros trasgos con arcos cortos y flechas de puntas toscas, sus ojos amarillos brillando con una malicia fría que cortaba el aire como un filo invisible; ciento veinte semitrolls lanceros, sus cuerpos grises y grotescos cubiertos de placas unidas con cuerdas desgastadas, blandiendo lanzas pesadas que parecían arrancadas de troncos antiguos con una fuerza brutal; cien jinetes de arañas, sus monturas negras galopando con patas chasqueantes que resonaban contra la roca como un tambor de guerra que anunciaba el fin, los trasgos montados armados con lanzas y arcos que oscilaban en sus manos flacas con una precisión mortal; y, en el centro, un troll de las cavernas rugiendo con una furia que hacía temblar la tierra bajo sus pies, su piel pétrea brillando bajo el sol poniente como una armadura natural, un garrote improvisado de tronco en sus manos monstruosas que parecía capaz de aplastar montañas. Un total de setecientos ochenta y un enemigos, una fuerza que superaba en número y ferocidad a cualquier patrulla anterior, un desafío que parecía diseñado para borrar su campamento nómada de la faz de las Landas de Etten con un solo golpe devastador.

"¡El doble y un troll!" gruñó Tygran, su mente acelerada mientras calculaba los números, el hedor acre de los trasgos y el troll llenándole la nariz con cada ráfaga de viento helado que barría desde el sur, un olor que le recordaba la enormidad de lo que enfrentaba. "¡Ifridi yanâd!" ordenó de nuevo, señalando una emboscada desde las colinas con un movimiento brusco de su hacha que cortó el aire como un filo invisible, su voz resonando con una autoridad que no admitía dudas ni vacilaciones. Los enanos se dispersaron como sombras entre el polvo y las rocas, los guardianes ocultándose tras árboles secos y peñascos irregulares que salpicaban la cañada, sus armaduras rojizas fundiéndose con el terreno árido bajo la luz del atardecer como si fueran parte de la tierra misma, mientras los lanzadores subían a las crestas con pasos rápidos y silenciosos, sus barbas blancas ondeando al viento como estandartes de muerte que anunciaban la llegada de la matanza con cada movimiento preciso. Las falanges se agruparon a su derecha, sus lanzas largas apuntando al cielo, sus escudos octogonales rojizos brillando como un muro de orden en el caos, sus barbas castañas oscuras cayendo como cascadas oscuras sobre sus pechos mientras Tygran, montado en la cabra, se posicionaba entre ellos, listo para liderar el ataque contra el troll de las cavernas que rugía en el centro de la horda, su garrote alzado como una amenaza que prometía aplastar todo a su paso.

Cuando la horda trasga estuvo en el centro de la cañada, Tygran gritó: "¡Baruk Khazâd!" Los guardianes cargaron desde ambos lados, sus escudos chocando contra los guerreros trasgos con un estruendo metálico que resonó como un trueno en el atardecer, un sonido que llenó el aire con el eco del acero contra la carne y el hueso, sus movimientos amplificados por el aura de Liderazgo - Nivel 1 que los hacía más rápidos, más fuertes, más resistentes. Los lanzadores arrojaron hachas desde las alturas, una lluvia de acero que silbó en el aire como un enjambre mortal y derribó a cincuenta arqueros en la primera andanada, sus cuerpos desplomándose en un caos de sangre negra y gritos agudos que se perdieron en el viento helado que barría la cañada. Tygran, cabalgando a la cabra, lideró a las falanges contra el troll de las cavernas, su hacha cortando los tendones de sus piernas con un golpe preciso que resonó con un crujido seco, mientras la cabra embestía con sus cuernos, un impacto que rompió hueso y lo hizo tambalearse con un rugido de furia. Las falanges, movidas por la misma aura que fortalecía sus golpes, lanzaron sus lanzas largas desde todos los ángulos, las puntas afiladas ensartando la carne pétrea del troll con una serie de crujidos que llenaron el aire, un ataque coordinado que lo derribó con un estruendo que levantó polvo y sangre, aunque costó la vida de veinte guardianes, aplastados por un golpe de su garrote que resonó como un terremoto, dejando a ciento veintiocho en pie, y cinco falanges, alcanzados por fragmentos de roca, reduciendo su número a ciento siete.

"¡Rakân, bekâr!" gritó Tygran, su voz cortante mientras los guardianes se reorganizaban, formando un muro que resonó con el clangor de sus escudos al unirse para bloquear a los semitrolls que avanzaban desde el centro, sus lanzas pesadas destrozando a veinticinco guardianes más en un embate brutal que llenó el aire de polvo y sangre, dejando a ciento tres en pie, sus cuerpos robustos cayendo con un sonido sordo que resonó en la cañada. Los lanzadores respondieron desde las crestas, arrojando hachas que silbaron como un enjambre mortal, matando a sesenta semitrolls en una oleada de muerte que dejó sus cuerpos grises desplomados sobre la tierra, sus lanzas pesadas cayendo con un estruendo sordo que se mezcló con el viento, pero quince de ellos cayeron bajo una lluvia de flechas trasgas que perforaron sus armaduras rojizas y blancas, reduciendo su número a ciento veintidós, sus barbas blancas tiñéndose de rojo mientras caían. Las falanges, junto a Tygran y la cabra, ensartaron a veinte jinetes con sus lanzas largas, la cabra embistiendo monturas con una furia que arrancaba chillidos mientras Tygran cortaba jinetes con su hacha en un torbellino de sangre y acero, pero diez falanges cayeron bajo flechas y lanzas que encontraron huecos en sus defensas, dejando a noventa y siete en pie.

"¡Taran Durin Nur!" rugió Tygran, liderando una carga frontal desde el flanco con la cabra, su hacha destrozando un semitroll en dos con un corte limpio que envió sangre negra al aire, el dúo moviéndose como una sola fuerza imparable, la cabra pateando y embistiendo mientras él cortaba con una precisión amplificada por la fuerza que Liderazgo - Nivel 1 le otorgaba. Los jinetes de arañas galoparon desde los flancos, sus monturas negras saltando con agilidad mortal sobre los cuerpos caídos, pero Tygran gritó: "¡Baruk Khazâd!" y los lanzadores arrojaron otra oleada de hachas, derribando a ochenta jinetes en un instante, sus cuerpos desplomándose junto a las arañas destrozadas en un caos de icor verde y gritos ahogados que resonaron en la cañada, mientras las falanges avanzaban con sus lanzas, acabando con el resto en un torbellino de acero y sangre que dejó las monturas destrozadas en el suelo como trozos de carne rota. Sin embargo, la horda trasga seguía presionando: treinta guardianes más cayeron bajo las lanzas de los semitrolls y las flechas de los arqueros, sus cuerpos robustos desplomándose con un estruendo que dejó a setenta y tres en pie; quince lanzadores sucumbieron bajo una segunda andanada enemiga que atravesó sus defensas, reduciendo su número a ciento siete, sus barbas blancas tiñéndose de rojo mientras caían al suelo; y diez falanges fueron abatidos por las lanzas y flechas que llovían desde las filas traseras trasgas, dejando a ochenta y siete en pie, sus escudos octogonales resonando al bloquear los golpes que aún llegaban.

El combate se volvió un torbellino de caos, un enfrentamiento brutal de acero, sangre y gritos que llenaba la cañada con un rugido ensordecedor que parecía resonar hasta las colinas lejanas, un sonido que se mezclaba con el viento helado que barría el campo de batalla como un lamento eterno. Tygran, montado en la cabra, cortó y esquivó, su Energía: 11/20 dándole una velocidad y fuerza que sentía correr por sus venas como un río de fuego, mientras la cabra embestía a su lado con una ferocidad que desafiaba su tamaño, sus cuernos arrancando gritos y crujidos de hueso de los trasgos que osaban acercarse al dúo letal, sus movimientos sincronizados como si fueran una sola entidad de destrucción amplificada por el aura de liderazgo que los envolvía. Los enanos resistían, sus hachas, lanzas y escudos formando un muro menguante pero implacable contra la marea trasga que seguía presionando con una furia desesperada, sus números abrumadores chocando contra la disciplina enana como olas contra un acantilado. "¡Rakân, bekâr!" ordenó Tygran de nuevo, su voz un rugido que se alzó sobre el tumulto, y los guardianes se reagruparon, sus escudos resonando al bloquear una carga desesperada de los trasgos mientras los lanzadores y falanges eliminaban a los últimos semitrolls y arqueros, las hachas silbando como un vendaval y las lanzas clavándose con una precisión letal que dejaba cuerpos amontonados en la tierra como trofeos caídos, un testimonio de la fuerza que Liderazgo - Nivel 1 había infundido en cada golpe.

Los trasgos restantes, reducidos a menos de veinte por la carnicería implacable de los enanos, huyeron chillando hacia las colinas, sus armas abandonadas en el pánico, sus pasos resonando en un eco de derrota que se perdía en el viento helado que barría el campo de batalla como un lamento final, dejando atrás un silencio roto solo por el jadeo de los sobrevivientes y el crujir de la tierra ensangrentada. Tygran, aún montado en la cabra, jadeó, apoyándose en su hacha mientras el sudor le corría por la frente, goteando sobre la tierra ensangrentada, su respiración entrecortada llenando el silencio que seguía al caos, su montura pateando la tierra con una energía que parecía inagotable. La interfaz brilló en su visión con un resplandor frío que iluminó su mente agotada: "Enemigos derrotados: 781. Experiencia +9250. Nivel 7 alcanzado. Experiencia total: 15600. Puntos de Atributo: 3. Puntos de Habilidad: 3. Experiencia requerida para nivel 8: 14000." Tygran rió, su voz ronca resonando en la cañada mientras los setenta y tres guardianes, noventa y dos lanzadores y setenta y siete falanges lo rodeaban, sus armaduras rojizas, blancas y verdes salpicadas de sangre y sudor, sus barbas amarillas, blancas y castañas manchadas pero sus rostros imperturbables, su disciplina intacta a pesar de las pérdidas que habían sufrido en la batalla más feroz que habían enfrentado hasta ahora.

"¡Mil doscientos más que ayer, y ahora nivel 7!" exclamó, su voz cargada de un triunfo salvaje y un cansancio que se mezclaban en un gruñido que apenas contenía la satisfacción que lo inundaba como una marea. Había alcanzado el nivel 5 con 8000 puntos, el nivel 6 con 10000, y ahora el nivel 7 con 12000, dejando 3600 puntos sobrantes para el nivel 8, que exigía 14000 en total, un salto que reflejaba la magnitud de la horda que había enfrentado. La cabra pateó la tierra y le dio un cabezazo suave en la pierna, un gesto que lo sacó de su agotamiento con una risa que resonó en su garganta, su montura tan incansable como él en este campo de sangre y acero. "Lo hicimos, amiga," dijo, su tono más suave ahora, cargado de un alivio que no había sentido en días mientras le rascaba detrás de las orejas, sintiendo el calor de su lana bajo sus dedos temblorosos. Asignó los tres puntos de atributo a Energía, llevándolo a 14/20, sintiendo un vigor renovado que recorría sus músculos como un torrente, incrementando su ataque, velocidad de ataque y movimiento con una fuerza que lo hizo erguirse más alto sobre la cabra. Priorizando su liderazgo, destinó los dos puntos de habilidad a Liderazgo, llevándolo a Nivel 4: "Aumentan el ataque, armadura, recuperación de las unidades aliadas cercanas con un rango aún mayor y también recibirán una bonificación ampliada de valor y aumento de obtención de experiencia," una aura pasiva que se expandió como una onda invisible, bañando a los enanos en una fuerza que endurecía sus posturas, hacía brillar sus ojos con un valor renovado y prometía aún más poder en cada batalla venidera.

"¡Khazâd ai-mênu!" gritó Tygran, alzando su hacha al cielo una vez más, y la niebla volvió a llenar el aire, el cuerno retumbó con una fuerza que parecía sacudir las colinas lejanas, invocando treinta guardianes que rugieron "¿Quién ha pedido a los guardianes?" con una ferocidad que resonó en sus pechos, treinta lanzadores de hachas que gritaron "¡Sentirán el miedo al ver nuestras barbas!" con una precisión mortal en sus movimientos, y treinta falanges que aparecieron, sus vestimentas verdes y cascos protectores reluciendo bajo el sol poniente, sus barbas castañas oscuras ondeando como estandartes de un orden que no se doblegaba, lanzas largas y escudos octogonales rojizos alzados con una autoridad que cortaba el aire. "¡La falange traerá el orden!" rugieron, sus voces profundas resonando como un eco que llenaba la cañada. Tygran sonrió; su ejército creció a 352 enanos: 103 guardianes, 122 lanzadores y 127 falanges, sus números reforzados por la invocación que había perfeccionado como un arte mortal.

Pero entonces, la interfaz parpadeó con un destello inesperado: "Unidades aliadas han alcanzado nivel 2." Una figura emergió entre ellos, un enano solitario que portaba un estandarte naranja y citrina que ondeaba al viento con una intensidad que detuvo el aliento de Tygran, su corazón acelerándose con un reconocimiento que no podía explicar del todo. El estandarte, con sus colores vibrantes y su diseño angular, era un eco de algo que había visto antes, no en este mundo de sangre y acero, sino en las noches frente a una pantalla, jugando sin pausa un juego que había marcado su vida: La Batalla por la Tierra Media. Nadie más pareció notarlo, los enanos continuaron su trabajo como si el portaestandarte fuera uno más entre ellos, pero Tygran lo sabía, lo sentía en sus huesos: este era un símbolo de su pasado, un estandarte de la facción enana que había comandado mil veces en un mundo digital que ahora parecía sangrar en este campo de batalla real. Las unidades brillaron con una luz tenue, sus cuerpos volviéndose más robustos, sus movimientos más rápidos, sus golpes más certeros, una fuerza que iba más allá de los números: su ataque, armadura, salud y velocidad de ataque aumentaron, y una experiencia en combate creció en ellos, una eficiencia en matar que hacía que cada golpe fuera más letal, cada bloqueo más sólido, sin alterar la experiencia que Tygran acumulaba para sí mismo.

"¡Los enanos de Landas de Etten avanzan!" rugió Tygran, su voz resonando con una furia renovada mientras montaba a la cabra, el dúo alzándose como una fuerza imparable en el centro del campamento, el camino a la fortaleza trasgo más claro que nunca. El estandarte naranja y citrina ondeaba al viento, un eco de un juego que Tygran no sabía que lo había preparado para este momento, y su liderazgo, ahora amplificado a Nivel 4, resonaba eternamente en cada enano, en cada golpe, en cada paso hacia la victoria final que se alzaba en el horizonte como una promesa bañada en sangre.


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